viernes, 15 de octubre de 2010
Numancia y Garray
El equipo de Paralelos y Meridianos se ha desplazado hasta la mítica Numancia, piedras, piedras y más piedras, eso es lo que queda.
Mientras subimos al cerro de la muela de Garray, observamos a buscadores de setas, un proyecto de teatro contemporáneo en el acceso al yacimiento y una jovencísima muralla reconstruida con dos torres.
La luz del 11 de octubre, al igual que el tono rojizo de las llamas de aquel octubre del 134 a.C., invadía el cielo de un tono amapola. La funcionaria de la recepción a la ciudad celtíbera nos avisó de un vivo encendido que a las seis menos diez se cerraba. Tenemos tres cuartos de hora los cinco que somos pero estamos acompañados de Irenea que con un enorme bolso al hombro camina, hablando de historia antigua, a paso de cigüeña.
Irenea pasea alegremente entre las ruinas, levanta la vista hacia dónde estaban los campamentos que sitiaban la ciudad, y como ante una gran pantalla de cine, recrea la batalla con el sonido de su voz. Toma posiciones frente a Escipión, levanta la cabeza y sigue explicando: “Antes, los romanos tuvieron una experiencia inhabitual con Numancia, y ni los elefantes ni su poderoso ejército pudieron someter la extraordinaria furia numantina. Quince meses necesitó el mejor soldado de Roma para someter la ciudad y aún así, no consiguió la rendición”. Cuando uno escucha las explicaciones y observa el paso del tiempo, la intemperie a la que se han sometido las ruinas con el paso de los siglos, la soledad significativa de los campos sorianos, se imagina aquellas etapas oscuras y difusas. Irenea... seguía trasmitiendo pasión en lo que nos contaba, hacía material de sueños el deconstructivimo paso del tiempo. Su impetuoso conocimiento y sabiduría magistral nos hacía estar callados y las parrafadas de aquella mujer, eran capaces de trasmitirnos los sentimientos más bellos y las emociones más cuidadosas, a flor de piel. El paisaje natural de Numancia queda impregnado de palabras, lejos se ven lo que eran los campamentos romanos, los últimos visitantes apresurados,... se va aclarando la planimetría de la ciudad, el laberinto de calles, los corredores protegidos del viento, los aljibes estratégicos y los oscuros hogares. Todo lo vemos claro.
Los que no se propusieron abandonar la ciudad ni rendirse encontraron la gloria… y la muerte. Noto el paso profetizado de Irenea hacia el anochecer de la ya desaparecida, los grupos numantinos se organizan para pelear, con el pequeño escudo circular celtibero y la espada corta de doble filo, utilizando los rápidos movimientos de sus agiles soldados en pequeñas escaramuzas. Escipión prefiere encerrarlos, construir una muralla y un foso alrededor. La escasez de víveres provocará una situación insostenible. Escipión exigía una rendición sin condiciones pero para los numantinos era inaceptable, el concepto de honor celtibero era morir luchando. Ante un final perverso, los numantinos se unifican en un último movimiento único y común, prefieren quitarse a vida ellos mismos. Mientras, la voz de Irenea canturrea los nombres de los jefes numantinos y el pequeño Lou corre, salta, espera, se adelanta por medio de aquella extensión intemporal de historia hispánica rematando sus múltiples interpretaciones infantiles encaramado a un muro de una casa romana. Irenea dibuja su contorno entre los archivos pétreos, justo en la unión de la sangre y la naturaleza. Gracias Irenea por todo lo importante que me has enseñado.
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